jueves, 30 de enero de 2014

Cierra María Visión. Mi experiencia de cerca.


El 2 de Febrero se producirá el cierre de la cadena de televisión católica María Visión España. La última emisión será la retransmisión de la Adoración al Santísimo. La cadena es propiedad del empresario mexicano Emilio Burillo Azcárraga, que con su familia se asentó en Sevilla ante el ofrecimiento de las monjitas del Convento de Santa Rosalía para que dispusiesen de sus instalaciones para evangelizar a través de la televisión.

He conocido de cerca a la familia Burillo. Sobre todo a los hijos. Me los presentaron por primera vez en Medjugorje, lugar de culto que conocí gracias a una peregrinación que organizó la hermandad sevillana del Santo Entierro. Ahí me contaron su historia. Su familia fue fundadora de un importante canal de televisión mexicano. Con el tiempo, Emilio Burillo contempló el drama de un terrible terremoto que le llevó a plantearse la vida bajo un prisma autentica y comprometidamente cristiano, y poco después puso en marcha el proyecto María Visión.

Querían ser un medio distinto así que rechazaban tener publicidad. Sólo donaciones. Muchos de sus colaboradores no sólo no cobraban un céntimo sino que aportaban ayudas a la emisora. De ahí la dificultad de sobrevivir en estos tiempos de crisis. Los presentadores eran muy jóvenes, no llegando la mayoría a los treinta años, entre ellos los hijos de Burillo. Todos tenían (tienen) una fe profunda y ortodoxa. Es curioso que para la contratación de cámaras y técnicos prefiriesen a agnósticos con la esperanza de que al trabajar allí pudiesen convertirse. El espacio más visto era el de la adoración eucarística. Lo único que emitían en esos momentos era la exposición del Santísimo.

Creo que los hijos de Burillo son auténticos santos. No exagero en eso ni al decir que es muy difícil encontrarles un defecto. Son jóvenes, buenos, simpáticos, alegres, profundamente devotos, enamorados de Cristo, de la Virgen y del prójimo. Recuerdo en Medjugorje cómo uno de ellos, la joven Mónica Burillo, se pasaba la mayor parte de la noche rezando, y que cuando hablaba de Dios se le iluminaban los ojos y despertaba la fe de quienes le escuchaban. No conozco a nadie en persona que hable así de Dios. Su hermano Rafael me invitaba todos los viernes al grupo de adoración eucarística que se llevaba a cabo en el Convento de Santa Rosalía. Él y otro hermano suyo me contaron sus vacaciones, en las que estuvieron cuidando a enfermos de una zona muy deprimida. Me narraron lo mucho que les impresionó el ver, nada más llegar allí, botes en el baño llenos de las postillas de piel de la gente a la que cuidaban. Ya olvidé si padecían lepra o una enfermedad parecida.

La última vez que los vi fue hace unos meses, en el grupo de adoración que afanosamente llevan adelante. Cuando acabó, sobre las nueva y media de la noche, quise que fuésemos a tomar algo, pero declinaron la invitación porque a las diez organizaban otro grupo de adoración en una iglesia del conflictivo barrio de las Tres Mil Viviendas, donde tenían esperanzas de formar una sólida comunidad católica.

Mi más sincero homenaje a todos ellos.

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